Creemos fielmente en el poder transformador de literatura, en como puede mover vidas y sueños a través del tiempo. Cabe señalar que la mayoría de clásicos y textos que hoy son de gran calidad engalanando artistas de gran calibre, una vez fueron anónimos, textos jovenes y ansiosos de ser leídos.

Por lo que nos complace abrir esta sección de La Cejota, para exponer textos de aquellos anónimos que quieran compartir sus creaciones literarias, sea poema, cuento, crónica o ensayo (pueden hacerlos llegar a nuestro correo: lacejotaproducciones@gmail.com).

También consideramos que el poder de la difusión y más en las redes sociales, puede llevar a una reflexión sana de diversos temas o una buena sonrisa y un pequeño lapso de lectura que valió la pena.

Sin más, estrenando esta sección ponemos a su disposición la siguiente crónica:

Crónica de un pasar de palomas

Por: Cristian Montenegro

Eran como las tres de las tarde de un día de malos ratos, estaba sentado en mi sillón de años, esperando ver en la ventana el paso de las palomas. De repente, a lo lejos, aparece una pequeña figura de paso corto y voz tersa. Se dirige a mi casa con la mirada fija y los mechones al viento.

Era una mujer algo mayor, no sé bien qué edad tenía, pero podría ser mi madre, o tal vez mi abuela; una abuela joven eso sí. Me llamó la atención su espalda curva, los surcos y manchas que se dibujaban en su rostro y brazos y -otra vez- sus mechones de cabello al aire. Algo desconfiado, algo conmovido, no sé porque, le pregunto:

-¿En qué puedo ayudarle?

Ella me veía fijo y con la respiración algo agitada, yo le devolví la vista y una sonrisa, preguntándole de nuevo:

-¿En qué puedo ayudarle?

De repente rompió el silencio y con la mano derecha llena de limpiones me dice:

– Vea papito ayúdeme con un limpioncito, no ve que estoy cansada y no he vendido nada.

Observé sus limpiones, pero me perdí en los pies encallados de varices y geranios florecidos, de seguro por tantas horas de trabajo acumuladas.

– Claro, deme uno por favor, más bien ¿No quiere un vasito de agua, mi mama?

La señora se quedó fría al momento de escuchar esa palabra, poco a poco se sentó en la acera y comenzó a llover en todos los surcos. No sabía qué hacer, si abrazarla, si darle el vasito con agua, si algo.  Solo una soga me ahorcaba la garganta pensando que hice mal. De pronto se rompe el silencio y con voz queda me dice:

-Vea muchacho ayúdeme, ayúdeme. Mientras de sus ojos y su voz emanaban todas las soledades a mi centro, como un eclipse en plena alba.

-En que le puedo ayudar señora, se siente bien, qué hago. Le respondí abriendo el portón, para ver si tenía algo.

-Vea muchacho, tengo cuatro hi… hijos y nos quieren quitar la casa, poquito a poquito he reunido como 50.000 pesitos, pero la deuda es muy grande, nos quieren echar afuera. Yo no quiero que mis nieticos y yo vivamos en la calle. Pero ya no se qué hacer, cómpreme un limpioncito.

Las lágrimas de la señora destilaban tanta desesperación, tanta impotencia, se le cortaba en la voz, cada vez que quería decirme algo, la desesperación la estaba ahogando mientras los limpiones seguían ahí en el piso, manchándose de tierra y ungiéndose de lágrima.

–  Señora ya fue al IMAS, ahí tal vez la pueda ayudar o alguna otra institución. Le dije mientras me le acercaba y le quitaba uno de los mechones que le cubrían el rostro, ese ya no baila al viento, más bien pesaba entre tinieblas. Ella me apartó la mano y con una mirada que me apuñaló el alma, me dijo:

–  No, por favor. Y el IMAS y todos esos de corbatón ¿Qué se van a acordar de una? Esos de cuello blanco y camisa almidonada son los que me quieren quitar mi pedacito de tierra. Vea papito cómpreme un limpión a ver si sigo para abajito.-

Esta vez todo me daba vueltas, ¿Qué hacía? ¿Cómo la ayudaba ante el inamovible del hombre y su codicia? Hasta llegué a pensar si era falso y sólo quería dinero, de lo cual me avergoncé después.

Sin más que decir o hacer en ese momento saqué 2000 colones de mi pantalón, lo único de la ajustada quincena y le compré dos limpiones. Ella los tomó y me los dio, de a dos, con parte de su vida y sus relámpagos.

– Gracias papito voy a seguir en estas.

Se alejó de mi casa todavía sollozando, gastando las penas que se le encallaron en todas las ventanas, tratando de ahogar el terror de una hipoteca y los heraldos de la acosan en cada lúgubre campana del teléfono. Mientras yo seguía ahí en mí, en mis terrores y el nudo de impotencias que me ató a no hacer más que dos mil colones de mediocre caridad.

Después de salir de mí, salí de mi casa a buscar a la señora, busqué en las alamedas, en el chino, en cada acera vacía con aquellos que enmudecen al otro a través de sus audífonos de marcas extrañas, la busqué en el banco, entre sus dólares y sus egos de billetera,  y la busqué en la nata de prestigiosa caridad, que deambula en la iglesia de la esquina.

Pero no la encontré, desapareció, dejándome impotente y sin sueño.

Todavía le sigo buscando, todavía sigo en este camino de lastre para devolverle algo real de mí, a aquella que pudo haber sido mi madre o mi abuela…

Mujer-pobre

Imagen Ilustrativa: http://cincominutos.com.mx/wp-content/uploads/2013/04.jpg